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  1. La carta

    domingo, 10 de febrero de 2019

    Después de muchos años, Andrea mandó una carta. Pequeña, casi imperceptible. Tan honesta, que casi desaparecía. Una carta que solo decía: Espero que pases un feliz fin de año, espero ya no hacerte más daño.
    Tomé la carta en mis manos, la hice una bola de enojo y la aventé a una esquina; donde estaban vacías las latas de cerveza, además de algunos escritos, nada más.
    Qué raro recibir aquella carta con aquella conclusión. ¿Qué acaso las mujeres no saben, que al ser nuestra perdición, también son nuestra única razón para vivir? ¿Qué acaso no sabía, Andrea, que sus ojos verdes eran la única salida del infierno y del tiempo mismo?
    Era claro que no lo sabía, por eso se había alejado y se había ido a vivir al fin del mundo. Tan lejano, tan olvidado el invierno en el mundo, que se había acabado desde hacia más de 40 años.
    Ahora no había nada, más que el cuerpo pudriéndose de los intentos. De lo que mejor les había salido.
    ¿Qué era?… Nada. Aquello era un plan pésimamente organizado. De encontrarse uno en la espalda del otro, pero no había funcionado. Nada de aquello tuvo siquiera un futuro.
    Pero, se había intentado, se habían recorrido los kilómetros del país para encontrar la única esperanza de la aventura, pero nada. Quizá nunca lo hubo; al mundo sin aventuras se lo habían cargado la mierda.
    Todos tenemos un intento que nos marca. Y una relación que deseamos y no se nos da.
    Todos somos el olvido de alguien y así nos quedamos, toda la vida abandonados en la vergüenza de otra persona.  Es una lastima, los temblores no se sienten igual en todos los cuerpos. Algunos no los sienten cuando otros, en verdad, mueren de amor.
    Aunque sea por una mirada compasiva, aquella carta era una calamidad. Pero tenía en cada letra, toda la verdad del mundo.

    Todos los planes fallaron. No es que estuvieran mal trazados es solo que este mundo no es para todos y solo resulta para muy pocos intentos. Quizá por eso todo lo que se logra, lo aventamos en el decimoséptimo peldaño y lo dejamos ahí para atestiguar que lo mejor está por llegar, que no todo se cae en el sur de los recuerdos.
    Todos los planes que mejor planeamos, se caen de la manera más estrepitosa. Se mueven bajo nuestros pies y nuestro plan maestro se va al fuego, donde es bien recibido.  Aquí están todos, a lado de mí.
    Las mujeres que me ven y que saben que uno no se queda con la chica que quiere; y con un poco de suerte se encuentra con una que corra el mismo camino.

    Todo esto es un intento, ¿sabes?
    Triste, de lo que imaginamos que sería. Pero nada se queda como queremos, todo se va, nos abandona, se fuga, se encarcela lejos de nosotros.
    Todo lo que queremos se muda de país y con el tiempo, se muda de tiempo.
    Todo aquello que planeamos por el desierto se queda enterrado sin que siquiera, alguna vez, haya asomado el tallo al sol.

    Quedémonos sin mujeres, quedémonos sin planes, quedémonos sin palabras.
    Aquí estamos los perdedores, los que aceptamos el destino como la única verdad; como el olvido recordado y el intento fallido de un gran plan.




  2. María

    domingo, 20 de enero de 2019


    ¿De qué me sirven tantas promesas? si no podemos sostenernos en pie cuando vamos a comenzar a escribir. Con unas cuantas botellas de vino enfrente y siempre vamos a recordar todas aquellas veces que caímos, y aumentamos las recientes.
    Sé que lo dijimos, que jamás volveríamos a abandonar, pero no sabemos hacer otra cosa que hacerlo, que intentar escapar. Metiéndonos siempre que podamos en la parte más profunda, más oscura de la vida o lo que de ella nos queda.
    Hay aún muchas tierras que recorrer y hay aún más por tropezar. Y es que yo no estoy aquí para salir airoso de nada, ni estoy aquí para enseñar pero, siempre habrá una botella de vino y siempre habrá tormentas en el cielo.
    No podemos evitar romper nuestros intentos, ni el árbol se salva del relámpago.
    Estamos acabados. Yo y un grupo de amigos, que jamás vamos a hacer algo más que amar la tarde que se convierte en noche y seguimos dándole en el camino a ninguna parte.
    Cuando me preguntaron cuál era mi plan de vida, no supe qué responder, tampoco lo sé hoy.
    Pero, puedo sentarme contigo y podemos recordar las veces que lo intentamos. Podemos ver al viento bailar con la rama solitaria del árbol y jamás vamos a estar lejos de la casa porque no tenemos una.
    Tenemos tiempo para amar, tenemos tiempo para escribir y tenemos tiempo, siempre, para regresar a la batalla.

    María siempre fue mi pérdida preferida, quizá porque era lo más cercano a la perfección. No solo tenía esos finos senos que culminaban con el botón delicado de su absoluto pudor.
    No era solo eso, era más. Era su paciencia y su mirada, sobre todo su mirada, que buscaba en mí una esperanza que al final no resultó. Pero no por eso dejaba de buscar, ella en mí con toda su paciencia, con toda su virtud y con todas las ganas  con las que se entregó a mí para despedazarse. Ella lo sabía, pero tenía la esperanza de que no fuera así. Por supuesto que lo fue.
    No la engañaba aquel instinto que escondía bajo las noches solitarias en las que no le marcaba y pasaban uno, dos y cinco días. Luego, la cosa aquella del amor parecía que podía funcionar, incluso, yo lo llegué a pensar. Como si en el amor uno mandara, y no fuera un títere en el que nada está en nuestras manos. Y ella, María, pensaba que íbamos a estar juntos, que era buena idea, pero se intentaba. Como se intentaba ganar en partidas de ajedrez cuando tienes todo perdido pero no te das por vencido, o cuando tienes el pecho duro y estás contra las cuerdas en un combate de Box.
    Así. Así era ella. Una buena peleadora, pero destinada al fracaso con sus mejores intentos. Pobre María.
    Al tiempo se convirtió en mi pérdida preferida, la que recuerdo con más nostalgia. Claro, ha habido más nostalgias que me asaltan en las noches, en las lluvias y en cada trago de café. Algunas de ellas me conmueven y me hacen sentir mal. Yo, el que siempre abandona, pero por más que haya intento, lo mío son las huidas; aunque sé que eso terminará en algún momento, quizá con la muerte o con la certeza de algún amor, que es una forma de morir, pero ello es otra cosa. Algo diferente a María que es mi pérdida preferida, por sus intentos, por su necedad de amor, por creer en la gente rota por siempre, por estar siempre y por entregar más de lo debido.
    Quizá deba ser por eso que conocí a María, para saber que no hay que entregarse más de lo debido o entregarse poco. Hasta que el tiempo se escape de entre nuestros dedos, juntos con el suelo o la tierra de la tumba, andando en el ataúd del que no valdremos, para no despertar.

    María; sus delicados senos, su amable sonrisa, su interminable paciencia, su total incapacidad para cocinar, sus ganas de llevarme a conocer a sus padres, sus ganas de mí. Todo eso no fue suficiente.
    Quiero creer que eso ha pasado a la inversa, que todo lo que he dado no ha sido suficiente. Quizás sí. Eso ha pasado. Si hago memoria y me tomo 3 cafés, recuerdo algunas mujeres por las que todo, era muy poco o no suficiente. Y eso pasó con María, aunque eso no impedirá verla en adelante como mi pérdida preferida. No la única, sino una más. Todas andando entre mi cabeza, mi pecho y mi olvido.
    En ocasiones, cuando camino por la calle y recuerdo a María, me pregunto por qué me alegró que se fuera cuando se fue. Entonces, también recuerdo que había algo en su nobleza que no encajaba. No encontraba emoción al verla entrar, no encontraba emoción al esperar ni al recibir mensaje suyo. Nunca me dieron ganas de marcarle por teléfono. Eso no era ciertamente amor, sino un intento de encontrar algo que tanto haz buscado, que te ha insistido en las noches solitarias, en las noches de silencio, en las que no hay nadie en cama para encontrar la madrugada. Pero, no era con ella con la que quería eso, probablemente no era con alguien, probablemente no exista nadie para nadie. Pero algunos tienen más esperanza, más paciencia, más dedicación y hemos otros que solo estamos para ser casados como zorros desesperados por la libertad.
    Aquí estamos, con nuestras pérdidas preferidas, pero sobre todo, con nuestra adorada libertad.






  3. Para ti y para siempre.

    viernes, 26 de agosto de 2016

    26/08/2015 13:15

    Habían pasado algunos días y yo seguía esperando que volvieras.
    Te tenía preparada una canción para tu bienvenida: una de esas románticas, cursis y que le encantarían a cualquier chica.
    Pero nunca viniste.
    Aun así, yo seguía aquí en espera de que en cualquier momento llegases.
    Las flores murieron en el florero junto con mis ganas de mirar a la calle buscando una señal de que vendrías. Y no, me di cuenta que no.
    Al final, como siempre, el único que cumplió sus promesas fui yo. ¿Por qué?

    ¿Qué es lo que hice mal? Todo iba bien hasta que desapareciste, al menos desde mi parecer. No tienes ni la mínima idea de cuánto me costó no ir a buscarte, porque sabía que no querías que lo hiciera, no sé por qué, pero sentí eso.
    Comprendo que no soy la mejor persona del mundo pero, por lo menos me hubieras dicho adiós.

    ¿Recuerdas esas últimas noches juntos?
    Esa donde comimos hasta reventar y reímos hasta el punto de no soportar el dolor de estómago. Recuerdas que me confesaste algunas cosas que nunca habías siquiera pronunciado, aquel vergonzoso secreto sobre los payasos, las abejas y los besos de tu abuela. También cuando le pusimos nuestros nombres a aquella pareja de peluches y prometimos que jamás los separaríamos el uno del otro. Siempre poníamos un corazón después de la hora en la que nos enviábamos un mensaje, no importaba si nos contestábamos cada 3 segundos. Todas las veces que nos extrañamos, que nos queríamos más, todas las insinuaciones, todos los chistes sin sentido pero que nos hacían sonreír. Recuerdas que nos contamos cosas hasta que te quedabas dormida… de haber sabido que sería la última vez que te vería, me hubiera quedado unas cuantas horas más contemplándote.

    Tal vez fue eso, mi querer desmesurado hacia ti y cualquier cosa que tuviera que ver contigo.
    Sé que prometí romperte el corazón, pero por lo menos yo planeaba quedarme a cubrir los daños, no que ahora, hay miles de pedazos de el mío regados por toda la habitación.
    ¿Acaso no te das cuenta que yo daba todo?
    Mi error fue quererte demasiado, qué estupidez.
    ¿Ahora qué hago? Qué hago yo con mis ganas de abrazarte, de consolarte, de dar vueltas contigo, de hacerte reír, enojar, molestar, sonrojar, desesperar, todo.

    Perdona por quererte tanto, perdona por extrañarte todo el día, perdona por todas las veces que dije que te adoraba, por todos los besos en la nariz, por las noches de insomnio hablando hasta tarde, por todas las flores que murieron en tu nombre, por el pasado, por los recuerdos hermosos.
    Lamento haberte hartado con mi romanticismo, atosigado con las cursilerías, desesperado con los reproches, encantado con los detalles.
    Amarte tanto me duele hasta lo más profundo de mi ser, el olvido ahora es mi única opción.
    Esto de que el amor no mata, no es una historia cierta.
    No hay duda, nuestro tiempo fue todo.
    Te llevo conmigo hasta el fin del mundo.





  4. La esperanza es asquerosa.

    martes, 31 de mayo de 2016

    En una de esas noches, en donde el dolor que más siento es el que me raspa la garganta, aquel en el que quiero escupir los pulmones, en el que quiero sacarme el estómago y lanzarlo por la ventana. Es cuando pienso que tal vez es el dolor más verdadero que he sentido en mucho tiempo, uno que no es dolor causado por el vacío o por la ausencia. Tal vez durante muchos meses ya lo tenía, pero repartido en otras partes del cuerpo, como cuando me raspa las entrañas y quiero lanzar el intento fallido por la ventana.
    Recorro la cuchara alrededor de la abertura de la taza, como esperando que algo suceda, que alguien venga a la puerta y me diga por fin el objetivo de estar malgastando la cuchara sobre la vulnerable taza. Sin nada más que las gotas de café manchando el mantel floreado y unas cuantas ganas de levantarse, voy a la terraza esperando que el cielo pueda responder una pregunta que apenas ni puedo formular.
    Y ella apareció, como si una divinidad me la enviase.
    Fernanda, ella lo sabía muy bien, ella me conocía mejor que yo. Llegó a mencionarme mi estado, algo así como catatónico, sin siquiera saberlo yo. Nunca me dijo el secreto. Nunca supe cómo es que ella sabía perfectamente lo que vendría; tal vez por eso me sentía muy bien con ella, porque por lo menos algo tenía seguro, por lo menos, algo era cierto. Pero pobre Fernanda, ella de qué tenía la culpa, su único pecado era quererme y yo pagándole de esa forma. Era injusto con ella, lo sentía de algún modo.
    —¿Me amas?
    Después de meditarlo algunos minutos, le dije que sí.
    —Lo pensaste demasiado, estás seguro.
    —Amar es una palabra muy fuerte, no se debe usar tan a la ligera.
    —¿A qué te refieres con que me amas? ¿Qué es esa mentira! Mentiroso.
    Ella dejó un tifón, en forma de bofetada, sobre toda la planicie de mi mejilla y sobre una pequeña parte de la llanura de mi cuello.
    —¿Q…qué significa amar para ti?
    Dijo después de incorporarse.
    —No puedo describirlo, es como si sintiera un dolor en el pecho y quisiera arrancármelo de tajo, solo… únicamente para dártelo en una caja con moño.
    —Qué asco, el amor es asqueroso.

    El amor es asqueroso, sí tenía toda la razón.
    Todo aquello descendiente del amor es asqueroso, el primer beso, el primer encuentro de desnudez, la primera vez que lloramos, la primera decepción, los ruegos, los llantos, el enamoramiento, los hijos, los pañales, las borracheras, todo eso es asqueroso.
    Sin embargo, ¿por qué lo hacemos? Por qué cargamos a nuestro enamorado hasta la ducha después de vomitarse encima y llorar por alguien que no somos siquiera nosotros.
    Por qué aguantamos sus lloriqueo, su exasperación por alguien que ni siquiera conoce su existencia. Mientras nosotros, la persona que tiene justo a lado, daríamos todo para hacerle feliz hasta la más mínima expresión de vivir.
    ¿Por qué?
    Por la esperanza.
    La de ser algún día la persona que escuchará las historias aburridas sobre su visión del mundo, el cómo cerró el trato en un valor del 2% con aquellos importantes negociantes asiáticos, cómo discutió con la maestra del kínder, de comprobarte siempre que ese vestido no te hace en absoluto gorda, de ser ese rutinario, y asqueroso, beso, el acompañamiento del café de todos los días, el que te dé un masaje antes de dormir, de anudar la corbata todas las mañanas o bendecirle antes de salir y se enfrente al mundo.
    Porque quiero ser, ese que te dé el poder, la iniciativa, el consuelo, el refugio, la agitación, la preocupación, la felicidad.
    Tengo la asquerosa esperanza de ser todo para ti.







  5. Déjame amarte en silencio.

    miércoles, 20 de enero de 2016

    Era temprano, tomaba mi café en un restaurante cercano a mi residencia. Los clientes escaseaban y el lugar estaba ambientado por una radio matutina. El sol se reflejaba en mi mesa, me deslumbraba los ojos y no me dejaba escribir; pedí que me cambiaran de mesa.
    Tomé mis cosas y me dirigieron del otro lado del restaurante, junto a la ventana en una mesa de dos. Enfrente mío había una chica de saco marrón, ella tomaba té, una bolsa enredada en la oreja de la taza, dos sobres de azúcar a lado de la taza, esperando ser desgarrados para dar placer a las papilas gustativas de aquella mujer. Ella tomó un sobre de azúcar, lo dirigió a su boca y lo mordió, vertió el contenido en su taza y agitó con su cuchara. El azúcar quedó disperso entre su té y sus labios rosas.

    Levantó la vista y yo giré la cabeza hacia la calle esperando disimular, la escuché reír un poco, fui descubierto. Después de unos segundos de vergüenza, dirigí los ojos hacia su mesa, ella dibujaba en su servilleta mojada, con la cuchara, esperando darle un significado a esa mancha de café. Nació una sonrisa en el terrón de azúcar morena que tenía por rostro.
    Busqué sus ojos esperando descifrar el porqué de su sonrisa, su nombre, de dónde viene y a dónde va. Murmuraba preguntas esperando que ella las respondiera; levantó su dedo índice e hizo gesto de silencio, supe que no quería palabras, se mordió los labios y entendí que deseaba algo que la biblia prohibía. Me ahorré el aliento y levante mi taza en signo de brindis.
    - Chica silenciosa, ¿De dónde vienes, a dónde te diriges, por qué intercambias miradas con desconocidos y por qué de todos los hombres en el restaurante, yo? - Ella fijó la vista en mí, empecé a descifrar sus temores, sus enojos, sus deseos y supe que, obviamente, su nombre no es María.
    -Las palabras son cosa del pasado, háblame con la mirada. - Tomó su sobre de azúcar restante y lamió el contenido dejando la mayoría del azúcar en su boca, desde ese momento nunca dejó de lamerse los labios. El acto despertaba en mí un deseo tremendo de tomarla por la cintura y besarla.
    - Déjame besarte, permíteme tocarte. Haré un intento de cambiar mis hábitos, por ti, si lo requieres. Déjame ser tu sombra cuando te moleste el sol. No te daré una flor, te sembraré una huerta. Quiero hacerte sentir el deseo y transformar las murallas, de tus piernas, en hule.

    Nuestra conversación ya iba por la media hora, sus labios se vistieron de rojo. Ella miraba tiernamente la ventana, sus cabellos se deslizaban delicadamente hasta sus hombros, las manos como pétalos helados de una rosa; no importa cuánto la mirase, no podía hacerle entender todo lo que me provocaba al ver su aliento en el ambiente.
    Sonó mi celular en medio de mi trance, tenía que irme, comencé a guardar mis cosas y ella se levantó, dejó dinero a un lado de la taza y caminó hacia mi mesa. Siguió derecho hacia la puerta, pero dejó una servilleta cerca mío con un nombre, Sofía.
    Me quedé mirando cómo se dirigía hacia la puerta, comprendí que nunca más la volvería a ver y que nuestro amor fue como el sol con la luna: nunca hablaron entre sí, pero pudieron disfrutar de su amor; algo parecido a lo que hubo entre ella y yo.



  6. Deseo

    miércoles, 14 de octubre de 2015



    Navego en un mar galáctico entre lindos vagos recuerdos, de aquello que significó amor para mí.
    Un amor incómodo, sincero, precoz y con poco que decir, pero mucho que expresar.
    Un amor fronterizo, sólo estoy seguro de lo que hubo en este lado, del otro no lo sabré ni me enteraré.
    Y aunque la ley fronteriza nos impida volver, sé que los tratados internacionales que hubo entre los dos, no repetiré con otro país o ciudad.
    ¿Quién tiene las murallas grandiosas?¿los mares cristalinos y las noches deslumbrantes?
    En su lugar, donde la noche no era sinónimo de tristeza y soledad, sino de tranquilidad y sensualidad. Las noches tan negras comos sus medias. La luna moviéndose al ritmo del tiempo, como si bailara, girando y moviendo su falda. Con ritmos tontos, pero tiernos.
    Luna creciente, más esperado que el sol, duradero como la vida de un colibrí, brillante como un faro en alta mar.
    A altas horas de la noche, donde el deseo me respiraba en los ojos, se restregaba en mis narices y sólo me provocaba, no una calentura, si no un deseo, el deseo de abrazarla y no soltarla jamás.
    Sentir el universo desnudo con sus estrellas.
    Con jugarretas más rápidas que un cometa, provocadora como sólo ella sabe.
    Ella, que sabía mis respuestas incluso antes de pronunciar la pregunta y aunque el universo nos separara, sé que la voz te susurraría al oído mil veces, no el amor que te tengo, sino los votos que hice día con día y haré por el resto de mi vida.


    Su nombre es Julieta, esa chica que encontré en un viernes de enero.
    Un día tan lluvioso que la gente se refugiaba en la más mínima expresión de techo.
    Ahí iba yo, con un paraguas como el tiempo me había enseñado a la mala, caminando tranquilamente a mi hogar. No era nada cerca, pero no tenía prisa y no quería que aquella lluvia terminara.
    Ella pasó corriendo, casi tira el paraguas al pasar a un lado mío. No la oí disculparse, pero el semáforo la detuvo en la esquina y a medida que yo caminaba hacia ella, vi como el agua le empapaba la ropa, aún con el inútil intento de cubrirse con sus libros.
    La alcancé, y en un acto de misericordia la cubrí con mi paraguas. Ella sólo me miró confundida al percatarse de mi acto desinteresado.
    -Muchas gracias...
    -Casi me matas.
    -Perdón, no me fijé.
    Bajó la mirada al notar la culpa que ignoraba.
    -Por ser tú, mátame todas las veces que lo desees.
    Ella sólo rió, yo no me percaté de la profecía que acababa de nombrar, que yo mismo originé y que algunos meses después me destrozaría.
    Julieta, la que es un año menor que yo y es responsable. Julieta, que era más pequeña que las menores de edad, pero que a mí me encantaba más que la distancia entre sus hombros y el cielo.
    Julieta, la asesina de paraguas, que organizó una comida con sus padres solo para darme las gracias de aquel acto tan honesto. Julieta, la chica empapada que meses después me invitaría a su graduación como pareja suya. La chica vestida de color rubí, que me sedujo lejos del bullicio, en la parte trasera del edificio y que derivó en la penetración de los estándares de relaciones.
    Julieta,
    la chica,
    mi chica.



  7. Estancamiento.

    martes, 29 de septiembre de 2015


    Ahora es cuando me detengo a pensar un poco, alguien me lanzó una cubetazo, sin agua, en la cara, sólo para recordarme que la vida no es tan ligera como creía.
    Amigos, ¿dónde quedaron? Según yo los tenía. Eso hasta que me di cuenta que estaba solo en mi habitación, que no es la mía, solo yo, ni un mueble, sentado en el suelo, bebiendo una cerveza caliente. No hay nadie, no hay mujer que me ruegue atención, no hay amigos que me presionen a contar algo, no, no hay nada. El alcohol no me sabe igual, nunca me gustó, pero es lo único que puedo beber sin perder el sentido.
    En un hoyo, ahora que lo pienso, estaba en él, lo sabía, pero nunca quise salir de ahí. Nunca quise salir de ahí, nunca lo hice, pero ahora únicamente estoy yo ahí, todos partieron. La lluvia desbordó las orillas de poco en poco, me doy cuenta por la cantidad de lodo que hay a mi alrededor. Tengo que salir, sino me ahogaré en la tierra mojada, lo sé. Pero... ¿realmente quiero salir?
    A ver, exploremos las optativas, salir y buscar otro hoyo que pueda acogerme o ahogarme con el que ya tengo. Es obvia la respuesta, pero, ¿por qué me cuesta tanto decidirme? Supongo que no es tan fácil salir de un "meh" continuo de 4 años.

    Tengo una mujer, una mucho mayor, una que me causa gran admiración, un poco extremista pero que sabe lo que hace. Aún no sé lo que la llevó a su situación actual. Ella, que no avanzó a pasos agigantados pero se nota que ha construido algo bueno; se ha ganado mi admiración, mi respeto y algo que quisiera igualar.
    Ella, de la que he recibido algunos halagos; la que me dice "No estás acostumbrado a recibir halagos, ¿verdad?", "Llegarás lejos", "Tienes talento". Ella me sabrá perdonar, pero cuando me lo dice, siento que se refiere a otra persona.
    Ella que da los mejores consejos que he escuchado en mi corta vida, aquellos que no logro recordar cuando los necesito. Ella, que logra cosas extraordinarias aún en las cosas más minuciosas del mundo. Ella, que no conforme con lo que ve, siente, oye; investiga más, mucho más, habla consigo misma y con la voz de su voluntad. Ella, que siendo tan atareada, nunca desperdicia el tiempo para reír. Ella, tan delicada como una hoja, feroz como un huracán y resistente como una montaña. Ella, que es una heroína, una que nadie alaba, una que no sale en las primeras planas de los periódicos. Ella, que seguiría hasta el fin del mundo, de la que valdría la pena salvar de su mortalidad, que se ganó su presente exprimiendo su pasado, que dejando el sistema decidió crear el suyo. 
    Ella, que siendo mortal, sin duda la canonizaría. 
    Ella, que no solo es mujer, si no también un ejemplo de vida. 

    Ahí estaba yo, con el lodo hasta el cuello, los labios resecos, las orejas congeladas, más lodo que cuerpo. Ahí, con los ojos blanquecinos, con la boca sellada, esperando, esperando que se me diera la oportunidad, de qué, no lo sé pero, lo esperaba. 
    De pronto, vi unos zapatos. Una mano hurgando entre el fango, de la que nació mi mano arrastrada por la suya, me levantó y me arrastro a las orillas de aquel hoyo. 
    En esa orilla, se posó enfrente de mí una mujer. Una mujer vestida de ropas blancas, a la que la suciedad no pareciera afectar, pues eran más blancas que nada que hubiera visto en mi ahogada vida. Se hincó, sacó un pañuelo y me susurró "Confió en ti", limpió el lodo de mi cara. Tiró el pañuelo al suelo, se dio la vuelta y se fue. 
    Confundido por sus palabras, noté que sin saberlo, estaba a unos cuantos centímetros de salir de aquel hoyo, al que yo me había confinado. Queriendo usar mis brazos para arrastrarme afuera, sentí como si mis tobillos, atrapados por los nudillos de algo que emergió del lodo, me arrastrara de nuevo al precipicio, con fuerza, como si esta vez no volvería a salir nunca más. 
    -¡SUÉLTAME!
    -No estás listo.
    -No me importa, ¡nunca lo he estado!
    -Yo sólo quiero lo mejor para ti. 
    -Yo quiero... salir. 
    -Estarás sólo.
    -No me es ajena esa situación, mucho menos ahora. 

    Hubo un silencio tenebroso, poco a poco sentí la libertad de mis pies, y antes de caer victima de la deshidratación, me arrastré afuera, pocos metros adelante, pude notar pies descalzos que me esperaban como si lo hicieran desde hace ya tiempo. Pies, que nunca había visto en mi vida, pero sin saberlo, me querían.
    Esbocé una sonrisa y me desmayé.