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  1. La carta

    domingo, 10 de febrero de 2019

    Después de muchos años, Andrea mandó una carta. Pequeña, casi imperceptible. Tan honesta, que casi desaparecía. Una carta que solo decía: Espero que pases un feliz fin de año, espero ya no hacerte más daño.
    Tomé la carta en mis manos, la hice una bola de enojo y la aventé a una esquina; donde estaban vacías las latas de cerveza, además de algunos escritos, nada más.
    Qué raro recibir aquella carta con aquella conclusión. ¿Qué acaso las mujeres no saben, que al ser nuestra perdición, también son nuestra única razón para vivir? ¿Qué acaso no sabía, Andrea, que sus ojos verdes eran la única salida del infierno y del tiempo mismo?
    Era claro que no lo sabía, por eso se había alejado y se había ido a vivir al fin del mundo. Tan lejano, tan olvidado el invierno en el mundo, que se había acabado desde hacia más de 40 años.
    Ahora no había nada, más que el cuerpo pudriéndose de los intentos. De lo que mejor les había salido.
    ¿Qué era?… Nada. Aquello era un plan pésimamente organizado. De encontrarse uno en la espalda del otro, pero no había funcionado. Nada de aquello tuvo siquiera un futuro.
    Pero, se había intentado, se habían recorrido los kilómetros del país para encontrar la única esperanza de la aventura, pero nada. Quizá nunca lo hubo; al mundo sin aventuras se lo habían cargado la mierda.
    Todos tenemos un intento que nos marca. Y una relación que deseamos y no se nos da.
    Todos somos el olvido de alguien y así nos quedamos, toda la vida abandonados en la vergüenza de otra persona.  Es una lastima, los temblores no se sienten igual en todos los cuerpos. Algunos no los sienten cuando otros, en verdad, mueren de amor.
    Aunque sea por una mirada compasiva, aquella carta era una calamidad. Pero tenía en cada letra, toda la verdad del mundo.

    Todos los planes fallaron. No es que estuvieran mal trazados es solo que este mundo no es para todos y solo resulta para muy pocos intentos. Quizá por eso todo lo que se logra, lo aventamos en el decimoséptimo peldaño y lo dejamos ahí para atestiguar que lo mejor está por llegar, que no todo se cae en el sur de los recuerdos.
    Todos los planes que mejor planeamos, se caen de la manera más estrepitosa. Se mueven bajo nuestros pies y nuestro plan maestro se va al fuego, donde es bien recibido.  Aquí están todos, a lado de mí.
    Las mujeres que me ven y que saben que uno no se queda con la chica que quiere; y con un poco de suerte se encuentra con una que corra el mismo camino.

    Todo esto es un intento, ¿sabes?
    Triste, de lo que imaginamos que sería. Pero nada se queda como queremos, todo se va, nos abandona, se fuga, se encarcela lejos de nosotros.
    Todo lo que queremos se muda de país y con el tiempo, se muda de tiempo.
    Todo aquello que planeamos por el desierto se queda enterrado sin que siquiera, alguna vez, haya asomado el tallo al sol.

    Quedémonos sin mujeres, quedémonos sin planes, quedémonos sin palabras.
    Aquí estamos los perdedores, los que aceptamos el destino como la única verdad; como el olvido recordado y el intento fallido de un gran plan.




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