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  1. La esperanza es asquerosa.

    martes, 31 de mayo de 2016

    En una de esas noches, en donde el dolor que más siento es el que me raspa la garganta, aquel en el que quiero escupir los pulmones, en el que quiero sacarme el estómago y lanzarlo por la ventana. Es cuando pienso que tal vez es el dolor más verdadero que he sentido en mucho tiempo, uno que no es dolor causado por el vacío o por la ausencia. Tal vez durante muchos meses ya lo tenía, pero repartido en otras partes del cuerpo, como cuando me raspa las entrañas y quiero lanzar el intento fallido por la ventana.
    Recorro la cuchara alrededor de la abertura de la taza, como esperando que algo suceda, que alguien venga a la puerta y me diga por fin el objetivo de estar malgastando la cuchara sobre la vulnerable taza. Sin nada más que las gotas de café manchando el mantel floreado y unas cuantas ganas de levantarse, voy a la terraza esperando que el cielo pueda responder una pregunta que apenas ni puedo formular.
    Y ella apareció, como si una divinidad me la enviase.
    Fernanda, ella lo sabía muy bien, ella me conocía mejor que yo. Llegó a mencionarme mi estado, algo así como catatónico, sin siquiera saberlo yo. Nunca me dijo el secreto. Nunca supe cómo es que ella sabía perfectamente lo que vendría; tal vez por eso me sentía muy bien con ella, porque por lo menos algo tenía seguro, por lo menos, algo era cierto. Pero pobre Fernanda, ella de qué tenía la culpa, su único pecado era quererme y yo pagándole de esa forma. Era injusto con ella, lo sentía de algún modo.
    —¿Me amas?
    Después de meditarlo algunos minutos, le dije que sí.
    —Lo pensaste demasiado, estás seguro.
    —Amar es una palabra muy fuerte, no se debe usar tan a la ligera.
    —¿A qué te refieres con que me amas? ¿Qué es esa mentira! Mentiroso.
    Ella dejó un tifón, en forma de bofetada, sobre toda la planicie de mi mejilla y sobre una pequeña parte de la llanura de mi cuello.
    —¿Q…qué significa amar para ti?
    Dijo después de incorporarse.
    —No puedo describirlo, es como si sintiera un dolor en el pecho y quisiera arrancármelo de tajo, solo… únicamente para dártelo en una caja con moño.
    —Qué asco, el amor es asqueroso.

    El amor es asqueroso, sí tenía toda la razón.
    Todo aquello descendiente del amor es asqueroso, el primer beso, el primer encuentro de desnudez, la primera vez que lloramos, la primera decepción, los ruegos, los llantos, el enamoramiento, los hijos, los pañales, las borracheras, todo eso es asqueroso.
    Sin embargo, ¿por qué lo hacemos? Por qué cargamos a nuestro enamorado hasta la ducha después de vomitarse encima y llorar por alguien que no somos siquiera nosotros.
    Por qué aguantamos sus lloriqueo, su exasperación por alguien que ni siquiera conoce su existencia. Mientras nosotros, la persona que tiene justo a lado, daríamos todo para hacerle feliz hasta la más mínima expresión de vivir.
    ¿Por qué?
    Por la esperanza.
    La de ser algún día la persona que escuchará las historias aburridas sobre su visión del mundo, el cómo cerró el trato en un valor del 2% con aquellos importantes negociantes asiáticos, cómo discutió con la maestra del kínder, de comprobarte siempre que ese vestido no te hace en absoluto gorda, de ser ese rutinario, y asqueroso, beso, el acompañamiento del café de todos los días, el que te dé un masaje antes de dormir, de anudar la corbata todas las mañanas o bendecirle antes de salir y se enfrente al mundo.
    Porque quiero ser, ese que te dé el poder, la iniciativa, el consuelo, el refugio, la agitación, la preocupación, la felicidad.
    Tengo la asquerosa esperanza de ser todo para ti.