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  1. Estancamiento.

    martes, 29 de septiembre de 2015


    Ahora es cuando me detengo a pensar un poco, alguien me lanzó una cubetazo, sin agua, en la cara, sólo para recordarme que la vida no es tan ligera como creía.
    Amigos, ¿dónde quedaron? Según yo los tenía. Eso hasta que me di cuenta que estaba solo en mi habitación, que no es la mía, solo yo, ni un mueble, sentado en el suelo, bebiendo una cerveza caliente. No hay nadie, no hay mujer que me ruegue atención, no hay amigos que me presionen a contar algo, no, no hay nada. El alcohol no me sabe igual, nunca me gustó, pero es lo único que puedo beber sin perder el sentido.
    En un hoyo, ahora que lo pienso, estaba en él, lo sabía, pero nunca quise salir de ahí. Nunca quise salir de ahí, nunca lo hice, pero ahora únicamente estoy yo ahí, todos partieron. La lluvia desbordó las orillas de poco en poco, me doy cuenta por la cantidad de lodo que hay a mi alrededor. Tengo que salir, sino me ahogaré en la tierra mojada, lo sé. Pero... ¿realmente quiero salir?
    A ver, exploremos las optativas, salir y buscar otro hoyo que pueda acogerme o ahogarme con el que ya tengo. Es obvia la respuesta, pero, ¿por qué me cuesta tanto decidirme? Supongo que no es tan fácil salir de un "meh" continuo de 4 años.

    Tengo una mujer, una mucho mayor, una que me causa gran admiración, un poco extremista pero que sabe lo que hace. Aún no sé lo que la llevó a su situación actual. Ella, que no avanzó a pasos agigantados pero se nota que ha construido algo bueno; se ha ganado mi admiración, mi respeto y algo que quisiera igualar.
    Ella, de la que he recibido algunos halagos; la que me dice "No estás acostumbrado a recibir halagos, ¿verdad?", "Llegarás lejos", "Tienes talento". Ella me sabrá perdonar, pero cuando me lo dice, siento que se refiere a otra persona.
    Ella que da los mejores consejos que he escuchado en mi corta vida, aquellos que no logro recordar cuando los necesito. Ella, que logra cosas extraordinarias aún en las cosas más minuciosas del mundo. Ella, que no conforme con lo que ve, siente, oye; investiga más, mucho más, habla consigo misma y con la voz de su voluntad. Ella, que siendo tan atareada, nunca desperdicia el tiempo para reír. Ella, tan delicada como una hoja, feroz como un huracán y resistente como una montaña. Ella, que es una heroína, una que nadie alaba, una que no sale en las primeras planas de los periódicos. Ella, que seguiría hasta el fin del mundo, de la que valdría la pena salvar de su mortalidad, que se ganó su presente exprimiendo su pasado, que dejando el sistema decidió crear el suyo. 
    Ella, que siendo mortal, sin duda la canonizaría. 
    Ella, que no solo es mujer, si no también un ejemplo de vida. 

    Ahí estaba yo, con el lodo hasta el cuello, los labios resecos, las orejas congeladas, más lodo que cuerpo. Ahí, con los ojos blanquecinos, con la boca sellada, esperando, esperando que se me diera la oportunidad, de qué, no lo sé pero, lo esperaba. 
    De pronto, vi unos zapatos. Una mano hurgando entre el fango, de la que nació mi mano arrastrada por la suya, me levantó y me arrastro a las orillas de aquel hoyo. 
    En esa orilla, se posó enfrente de mí una mujer. Una mujer vestida de ropas blancas, a la que la suciedad no pareciera afectar, pues eran más blancas que nada que hubiera visto en mi ahogada vida. Se hincó, sacó un pañuelo y me susurró "Confió en ti", limpió el lodo de mi cara. Tiró el pañuelo al suelo, se dio la vuelta y se fue. 
    Confundido por sus palabras, noté que sin saberlo, estaba a unos cuantos centímetros de salir de aquel hoyo, al que yo me había confinado. Queriendo usar mis brazos para arrastrarme afuera, sentí como si mis tobillos, atrapados por los nudillos de algo que emergió del lodo, me arrastrara de nuevo al precipicio, con fuerza, como si esta vez no volvería a salir nunca más. 
    -¡SUÉLTAME!
    -No estás listo.
    -No me importa, ¡nunca lo he estado!
    -Yo sólo quiero lo mejor para ti. 
    -Yo quiero... salir. 
    -Estarás sólo.
    -No me es ajena esa situación, mucho menos ahora. 

    Hubo un silencio tenebroso, poco a poco sentí la libertad de mis pies, y antes de caer victima de la deshidratación, me arrastré afuera, pocos metros adelante, pude notar pies descalzos que me esperaban como si lo hicieran desde hace ya tiempo. Pies, que nunca había visto en mi vida, pero sin saberlo, me querían.
    Esbocé una sonrisa y me desmayé. 



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