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  1. María

    domingo, 20 de enero de 2019


    ¿De qué me sirven tantas promesas? si no podemos sostenernos en pie cuando vamos a comenzar a escribir. Con unas cuantas botellas de vino enfrente y siempre vamos a recordar todas aquellas veces que caímos, y aumentamos las recientes.
    Sé que lo dijimos, que jamás volveríamos a abandonar, pero no sabemos hacer otra cosa que hacerlo, que intentar escapar. Metiéndonos siempre que podamos en la parte más profunda, más oscura de la vida o lo que de ella nos queda.
    Hay aún muchas tierras que recorrer y hay aún más por tropezar. Y es que yo no estoy aquí para salir airoso de nada, ni estoy aquí para enseñar pero, siempre habrá una botella de vino y siempre habrá tormentas en el cielo.
    No podemos evitar romper nuestros intentos, ni el árbol se salva del relámpago.
    Estamos acabados. Yo y un grupo de amigos, que jamás vamos a hacer algo más que amar la tarde que se convierte en noche y seguimos dándole en el camino a ninguna parte.
    Cuando me preguntaron cuál era mi plan de vida, no supe qué responder, tampoco lo sé hoy.
    Pero, puedo sentarme contigo y podemos recordar las veces que lo intentamos. Podemos ver al viento bailar con la rama solitaria del árbol y jamás vamos a estar lejos de la casa porque no tenemos una.
    Tenemos tiempo para amar, tenemos tiempo para escribir y tenemos tiempo, siempre, para regresar a la batalla.

    María siempre fue mi pérdida preferida, quizá porque era lo más cercano a la perfección. No solo tenía esos finos senos que culminaban con el botón delicado de su absoluto pudor.
    No era solo eso, era más. Era su paciencia y su mirada, sobre todo su mirada, que buscaba en mí una esperanza que al final no resultó. Pero no por eso dejaba de buscar, ella en mí con toda su paciencia, con toda su virtud y con todas las ganas  con las que se entregó a mí para despedazarse. Ella lo sabía, pero tenía la esperanza de que no fuera así. Por supuesto que lo fue.
    No la engañaba aquel instinto que escondía bajo las noches solitarias en las que no le marcaba y pasaban uno, dos y cinco días. Luego, la cosa aquella del amor parecía que podía funcionar, incluso, yo lo llegué a pensar. Como si en el amor uno mandara, y no fuera un títere en el que nada está en nuestras manos. Y ella, María, pensaba que íbamos a estar juntos, que era buena idea, pero se intentaba. Como se intentaba ganar en partidas de ajedrez cuando tienes todo perdido pero no te das por vencido, o cuando tienes el pecho duro y estás contra las cuerdas en un combate de Box.
    Así. Así era ella. Una buena peleadora, pero destinada al fracaso con sus mejores intentos. Pobre María.
    Al tiempo se convirtió en mi pérdida preferida, la que recuerdo con más nostalgia. Claro, ha habido más nostalgias que me asaltan en las noches, en las lluvias y en cada trago de café. Algunas de ellas me conmueven y me hacen sentir mal. Yo, el que siempre abandona, pero por más que haya intento, lo mío son las huidas; aunque sé que eso terminará en algún momento, quizá con la muerte o con la certeza de algún amor, que es una forma de morir, pero ello es otra cosa. Algo diferente a María que es mi pérdida preferida, por sus intentos, por su necedad de amor, por creer en la gente rota por siempre, por estar siempre y por entregar más de lo debido.
    Quizá deba ser por eso que conocí a María, para saber que no hay que entregarse más de lo debido o entregarse poco. Hasta que el tiempo se escape de entre nuestros dedos, juntos con el suelo o la tierra de la tumba, andando en el ataúd del que no valdremos, para no despertar.

    María; sus delicados senos, su amable sonrisa, su interminable paciencia, su total incapacidad para cocinar, sus ganas de llevarme a conocer a sus padres, sus ganas de mí. Todo eso no fue suficiente.
    Quiero creer que eso ha pasado a la inversa, que todo lo que he dado no ha sido suficiente. Quizás sí. Eso ha pasado. Si hago memoria y me tomo 3 cafés, recuerdo algunas mujeres por las que todo, era muy poco o no suficiente. Y eso pasó con María, aunque eso no impedirá verla en adelante como mi pérdida preferida. No la única, sino una más. Todas andando entre mi cabeza, mi pecho y mi olvido.
    En ocasiones, cuando camino por la calle y recuerdo a María, me pregunto por qué me alegró que se fuera cuando se fue. Entonces, también recuerdo que había algo en su nobleza que no encajaba. No encontraba emoción al verla entrar, no encontraba emoción al esperar ni al recibir mensaje suyo. Nunca me dieron ganas de marcarle por teléfono. Eso no era ciertamente amor, sino un intento de encontrar algo que tanto haz buscado, que te ha insistido en las noches solitarias, en las noches de silencio, en las que no hay nadie en cama para encontrar la madrugada. Pero, no era con ella con la que quería eso, probablemente no era con alguien, probablemente no exista nadie para nadie. Pero algunos tienen más esperanza, más paciencia, más dedicación y hemos otros que solo estamos para ser casados como zorros desesperados por la libertad.
    Aquí estamos, con nuestras pérdidas preferidas, pero sobre todo, con nuestra adorada libertad.






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