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  1. Déjame amarte en silencio.

    miércoles, 20 de enero de 2016

    Era temprano, tomaba mi café en un restaurante cercano a mi residencia. Los clientes escaseaban y el lugar estaba ambientado por una radio matutina. El sol se reflejaba en mi mesa, me deslumbraba los ojos y no me dejaba escribir; pedí que me cambiaran de mesa.
    Tomé mis cosas y me dirigieron del otro lado del restaurante, junto a la ventana en una mesa de dos. Enfrente mío había una chica de saco marrón, ella tomaba té, una bolsa enredada en la oreja de la taza, dos sobres de azúcar a lado de la taza, esperando ser desgarrados para dar placer a las papilas gustativas de aquella mujer. Ella tomó un sobre de azúcar, lo dirigió a su boca y lo mordió, vertió el contenido en su taza y agitó con su cuchara. El azúcar quedó disperso entre su té y sus labios rosas.

    Levantó la vista y yo giré la cabeza hacia la calle esperando disimular, la escuché reír un poco, fui descubierto. Después de unos segundos de vergüenza, dirigí los ojos hacia su mesa, ella dibujaba en su servilleta mojada, con la cuchara, esperando darle un significado a esa mancha de café. Nació una sonrisa en el terrón de azúcar morena que tenía por rostro.
    Busqué sus ojos esperando descifrar el porqué de su sonrisa, su nombre, de dónde viene y a dónde va. Murmuraba preguntas esperando que ella las respondiera; levantó su dedo índice e hizo gesto de silencio, supe que no quería palabras, se mordió los labios y entendí que deseaba algo que la biblia prohibía. Me ahorré el aliento y levante mi taza en signo de brindis.
    - Chica silenciosa, ¿De dónde vienes, a dónde te diriges, por qué intercambias miradas con desconocidos y por qué de todos los hombres en el restaurante, yo? - Ella fijó la vista en mí, empecé a descifrar sus temores, sus enojos, sus deseos y supe que, obviamente, su nombre no es María.
    -Las palabras son cosa del pasado, háblame con la mirada. - Tomó su sobre de azúcar restante y lamió el contenido dejando la mayoría del azúcar en su boca, desde ese momento nunca dejó de lamerse los labios. El acto despertaba en mí un deseo tremendo de tomarla por la cintura y besarla.
    - Déjame besarte, permíteme tocarte. Haré un intento de cambiar mis hábitos, por ti, si lo requieres. Déjame ser tu sombra cuando te moleste el sol. No te daré una flor, te sembraré una huerta. Quiero hacerte sentir el deseo y transformar las murallas, de tus piernas, en hule.

    Nuestra conversación ya iba por la media hora, sus labios se vistieron de rojo. Ella miraba tiernamente la ventana, sus cabellos se deslizaban delicadamente hasta sus hombros, las manos como pétalos helados de una rosa; no importa cuánto la mirase, no podía hacerle entender todo lo que me provocaba al ver su aliento en el ambiente.
    Sonó mi celular en medio de mi trance, tenía que irme, comencé a guardar mis cosas y ella se levantó, dejó dinero a un lado de la taza y caminó hacia mi mesa. Siguió derecho hacia la puerta, pero dejó una servilleta cerca mío con un nombre, Sofía.
    Me quedé mirando cómo se dirigía hacia la puerta, comprendí que nunca más la volvería a ver y que nuestro amor fue como el sol con la luna: nunca hablaron entre sí, pero pudieron disfrutar de su amor; algo parecido a lo que hubo entre ella y yo.